Textos rechazados II
Este texto lo escribí cuando vivía en Guadalajara, en cierta forma extrañaba Torreón, aunque también me gustaba tapatilandia. De todas maneras tenía que quejarme de algo. Fue rechazado por Rogelio Villarreal, editor de la revista Replicate, porque sonaba demasiado amable con esta maldita tierra polvorienta.
En el exilio: tan lejos de Torreón
En el exilio: tan lejos de Torreón
Daniel Herrera
Torreón es una ciudad fea. Por más que se intente no se le puede indicar a un turista cuáles lugares visitar sin que la aridez arquitectónica sobresalga alrededor. Existe un par de lugares interesantes: una casa en un cerro, que fue el hogar del ingeniero alemán Federico Wulff, quien planeó la ciudad y es ahora museo local. Cuando estaba trabajando en los planos del futuro Torreón, en 1887, hizo todas las medidas en pulgadas y los trabajadores creyeron que eran metros, de ahí la amplitud de las calles del centro. También hay varias casas que datan de la revolución, aunque la mayoría han sido destruidas sin que nadie pueda detener al progreso, ese hijo bastardo de la civilización. La cuestión es que la ciudad es fea, los edificios son nuevos y de mal gusto, las calles no tienen árboles y todo es cuadrado, gris. Pero debajo de toda esta fealdad hay algo. Es como una mujer fea pero simpática y de la que después de varias cervezas se piensa: “No, pues sí me la cojo”.
Ubicada al sur de Coahuila, a cuatro horas de Monterrey y a dos de Saltillo, Torreón es la ciudad que más dinero produce en el estado. Y tal como debe de ser, existe una seria rivalidad con la capital estatal. Apenas cien años lleva a cuestas y parece que tuviera el doble, no porque la ciudad muestre un gran legado histórico explícitamente, sino por lo decadente que puede parecer. Esos cien años extras son gracias a los malos gobiernos e ineptos políticos que ha sufrido los laguneros —y los mexicanos todos. La caída más reciente vino con Salinas. Los laguneros afirman que fue él quien decidió que Torreón se hundiera económicamente. La razón es simple: Salinas estaba de gira como candidato por La Laguna y ahí fue abucheado y agredido. El castigo no se hizo esperar: cuando el villano favorito del país subió al poder abrió la importación al barato algodón oriental. Desde entonces la recuperación ha sido lenta y tortuosa.
Aunque siempre fue una ciudad atacada por los políticos, desde la revolución los ha padecido: en 1923 los Tratados de Bucareli prohibieron a la región la posibilidad de fabricar maquinaria pesada. Ésta no ha sido la única complicación económica; la región ha pasado de vivir del vino a vivir del algodón y a vivir ahora de la industria lechera. Es una característica del lagunero, según afirma Sergio Antonio Corona Páez en su breve ensayo “Torreón: su historia, cultura y mentalidad”. El lagunero ha logrado superar las dificultades trabajando:
"La valiosa inercia cultural configurada por la secular mentalidad de amor al trabajo y de apertura al cambio han reorientado constantemente los esfuerzos de los torreonenses hacia la diversificación económica. Siempre alertas para discernir lo que resulta productivo de lo que no, siempre dispuestos a arriesgar invirtiendo, los torreonenses nos valoramos profundamente como personas y como agentes de modernidad."
Podría continuar hablando de esta historia pero es mejor consultar el libro del mismo autor: La Comarca Lagunera, constructo cultural. Economía y fe en la configuración de una mentalidad multicentenaria, (Universidad Iberoamericana Laguna. Torreón, 2006.), si desean entender mejor a Torreón.
Ha sido hasta ahora, que vivo en el exilio, cuando he empezado a apreciar mi tierra. No extraño el calor ni las dificultades para conseguir un empleo bien remunerado; lo que más extraño es a los amigos y esa habilidad para llevarse bien con cualquiera. Extraño las cantinas en casi cada esquina del centro y la pintoresca forma de ser de mis paisanos. A veces, y sólo a veces, extraño el calor, sobre todo cuando por las noches nos juntábamos a tomar una cerveza tras otra y a las tres de la madrugada todavía se sentían los 30 grados. Acá en Guadalajara toman Bacardí, se acuestan temprano y si alguien quiere charlar con un desconocido te miran como si estuvieras rompiendo alguna ley divina —por cierto, aquí he encontrado el catolicismo más repugnante.
La cerveza. ¿Para qué tantas cantinas? Para combatir el calor. Si te encuentras en la calle sudando bajo ese sol inmisericorde la solución más sencilla es entrar a una cantina y tomar una cerveza. Las mujeres no entran a las cantinas (salvo a algunas que cuentan con “reservados”), ésta es una de las pocas ciudades en las que ese espacio continúa siendo masculino. Existen cantinas para todos, desde las inmundas como El Otro Paraíso, en donde el olor espeso a orines se clava en la nariz, hasta otras como la ya muerta El Chavaclub, con baños razonablemente limpios, o La Terminal, donde se juntan los ancianos a contarse glorias pasadas. Hay muchas más, pero todas son más o menos lo mismo. La más antigua se llama La Gota de Uva, es la única con permiso para abrir después de las dos de la mañana. Una tontería más: los bares y las cantinas cierran a las dos de la mañana, a excepción de los tables —éstos pagan por tener más tiempo.
(Podría decirse que hasta antes de llegar a Guadalajara yo era un inocente ranchero. Las mujeres de los tables laguneros no pasan de quitarse la ropa y bailar un poco, pero acá los shows son mucho más fuertes, desde sexo lésbico hasta suertes con botellas. Lo que me parece extraño es el comportamiento del tapatío en un table. Lo toman como si fuera algo serio, nadie hace alharaca y nadie parece divertirse sino hasta que el alcohol comienza a actuar.)
El verano lagunero dura de seis a ocho meses. No es un calor pegajoso como el de Monterrey sino uno que te aplasta contra el suelo, un calor seco que chupa la sangre hasta que se toma una cerveza helada. Existen diferentes maneras en que el lagunero combate el calor; la primera es sentarse bajo un árbol y procurar moverse lo menos posible, como el calor es seco, a los pocos minutos el sudor desparece. Otra es entrar a donde sea que haya aire acondicionado: generalmente son las cantinas, los cafés o la Soriana. Desde que llegaron los malls cada vez más gente se encierra durante las peores horas a ver escaparates, porque el lagunero no compra hasta que está en oferta.
El clima no es un tema superficial, pues transforma y moldea a las personas. Cuando los chilangos están a 28 grados se quejan: “Hace un chingo de calor”. Cualquier norteño se ríe ante esa afirmación, pero siempre creemos que una lluvia jode el día por completo. El lagunero constantemente huye del sol, excepto cuando va a la playa. También aprende a caminar lento, lento porque si no el calor se mete por los poros y adonde quiera que vaya terminará empapado. Puede distinguirse a un visitante en Torreón por cómo camina bajo el sol: si va muy rápido, seguro es chilango.
La historia de la región se remonta a la fundación de Parras en el siglo XVII por españoles e indígenas tlaxcaltecas, que tuvieron que aliarse frente a la amenaza de los indios nómadas nativos. Se esforzaron y trabajaron juntos por el bien común, y es incorrecto pensar que fueron los extranjeros que arribaron a la región a finales del siglo XIX los que impusieron ese amor por el trabajo. Aunque no se puede negar que la llegada de éstos y del ferrocarril fueron decisivos en el impulso al rancho que pronto se convertiría en ciudad. Torreón es una ciudad de inmigrantes, por eso, como “Nos sabemos inmigrantes en una tierra de inmigrantes, [...] de ahí nuestra calidez y apertura con los que recién llegan”(Corona). Es común que los recién llegados se sientan bien recibidos y deseen quedarse. Por eso extraño la facilidad de hacer amistades.
¿Por qué vivo en otra ciudad si quiero tanto a Torreón? Muy sencillo: por el trabajo —hasta en eso me ha influenciado La Laguna. Aunque mi tierra es literaturizable, la literatura no da dinero en Torreón. Aquí, a pesar de todo, he ganado más de lo que había logrado en toda mi vida laboral en mi tierra. Pero mi vida literaria se encuentra en Torreón, desde la escritura hasta los amigos.
Hay varios escritores pero son pocos los que sobresalen. Y Jaime Muñoz Vargas es el mejor de todos. Es autor de varios libros, como El principio del terror y Juegos de amor y malquerencia, sendas obras que le han acarreado premios. Su prosa es elegante pero popular, dura como un boxeador pero certera como el pitcher que acierta los tres strikes seguidos. Sus libros son un testimonio de la cultura lagunera y serán reconocidos como parte de la historia literaria nacional. Otro autor conocido es Francisco Amparán, en quien no gastaré palabras. Gilberto Prado Galán es quizá el mejor ensayista lagunero. Radicado ahora en la Ciudad de México, ha explorado minuciosamente desde la obra de Borges hasta la literatura norteña. La influencia de Saúl Rosales Carrillo ha sido principalmente la de un maestro. Su congruencia literaria marcada por lo sociopolítico y la miseria en que vivimos los mexicanos lo colocan como un escritor realista de altos vuelos. Miguel Báez Durán es un escritor joven incisivo e irónico de quien se esperan publicaciones aparte de lo que ha escrito para diferentes revistas y libros colectivos.
Hace años tuve el honor de conocer a una de las leyendas torreonenses: el papá de nuestro editor (¡publícame, publícame, por favor!), don Rogelio Villarreal Huerta, quien pasó gran parte de su vida haciendo libros en esta tierra árida en todos los sentidos, incluyendo el literario. Publicó a muchos autores menores y mediocres, pero nunca tuvo problemas con darle oportunidad a quienquiera que quisiera dedicarse a la literatura.
Hasta aquí la literatura y Torreón. Quedan muchos asuntos por tocar: la pasión por el Santos y el futbol, las tolvaneras, la música cardenche, pero baste recordar que los laguneros somos chauvinistas y con una enorme estima propia. Ese orgullo procede de nuestro propio esfuerzo, el de los habitantes de una ciudad que se ha hecho a sí misma sin gozar de los beneficios de la capital del país y del estado. Quien consigue algo por sí mismo, sin ayudas o palancas, puede sentir lo mismo, es naturaleza humana.
Quizá lo mejor sea definir a Torreón con unos versos que, según nuestro editor, su papá compuso hace medio siglo:
Cerros blancos y pelones
Tajos llenos de cagada
Una bola de cabrones
Y un calor de la chingada.
Ubicada al sur de Coahuila, a cuatro horas de Monterrey y a dos de Saltillo, Torreón es la ciudad que más dinero produce en el estado. Y tal como debe de ser, existe una seria rivalidad con la capital estatal. Apenas cien años lleva a cuestas y parece que tuviera el doble, no porque la ciudad muestre un gran legado histórico explícitamente, sino por lo decadente que puede parecer. Esos cien años extras son gracias a los malos gobiernos e ineptos políticos que ha sufrido los laguneros —y los mexicanos todos. La caída más reciente vino con Salinas. Los laguneros afirman que fue él quien decidió que Torreón se hundiera económicamente. La razón es simple: Salinas estaba de gira como candidato por La Laguna y ahí fue abucheado y agredido. El castigo no se hizo esperar: cuando el villano favorito del país subió al poder abrió la importación al barato algodón oriental. Desde entonces la recuperación ha sido lenta y tortuosa.
Aunque siempre fue una ciudad atacada por los políticos, desde la revolución los ha padecido: en 1923 los Tratados de Bucareli prohibieron a la región la posibilidad de fabricar maquinaria pesada. Ésta no ha sido la única complicación económica; la región ha pasado de vivir del vino a vivir del algodón y a vivir ahora de la industria lechera. Es una característica del lagunero, según afirma Sergio Antonio Corona Páez en su breve ensayo “Torreón: su historia, cultura y mentalidad”. El lagunero ha logrado superar las dificultades trabajando:
"La valiosa inercia cultural configurada por la secular mentalidad de amor al trabajo y de apertura al cambio han reorientado constantemente los esfuerzos de los torreonenses hacia la diversificación económica. Siempre alertas para discernir lo que resulta productivo de lo que no, siempre dispuestos a arriesgar invirtiendo, los torreonenses nos valoramos profundamente como personas y como agentes de modernidad."
Podría continuar hablando de esta historia pero es mejor consultar el libro del mismo autor: La Comarca Lagunera, constructo cultural. Economía y fe en la configuración de una mentalidad multicentenaria, (Universidad Iberoamericana Laguna. Torreón, 2006.), si desean entender mejor a Torreón.
Ha sido hasta ahora, que vivo en el exilio, cuando he empezado a apreciar mi tierra. No extraño el calor ni las dificultades para conseguir un empleo bien remunerado; lo que más extraño es a los amigos y esa habilidad para llevarse bien con cualquiera. Extraño las cantinas en casi cada esquina del centro y la pintoresca forma de ser de mis paisanos. A veces, y sólo a veces, extraño el calor, sobre todo cuando por las noches nos juntábamos a tomar una cerveza tras otra y a las tres de la madrugada todavía se sentían los 30 grados. Acá en Guadalajara toman Bacardí, se acuestan temprano y si alguien quiere charlar con un desconocido te miran como si estuvieras rompiendo alguna ley divina —por cierto, aquí he encontrado el catolicismo más repugnante.
La cerveza. ¿Para qué tantas cantinas? Para combatir el calor. Si te encuentras en la calle sudando bajo ese sol inmisericorde la solución más sencilla es entrar a una cantina y tomar una cerveza. Las mujeres no entran a las cantinas (salvo a algunas que cuentan con “reservados”), ésta es una de las pocas ciudades en las que ese espacio continúa siendo masculino. Existen cantinas para todos, desde las inmundas como El Otro Paraíso, en donde el olor espeso a orines se clava en la nariz, hasta otras como la ya muerta El Chavaclub, con baños razonablemente limpios, o La Terminal, donde se juntan los ancianos a contarse glorias pasadas. Hay muchas más, pero todas son más o menos lo mismo. La más antigua se llama La Gota de Uva, es la única con permiso para abrir después de las dos de la mañana. Una tontería más: los bares y las cantinas cierran a las dos de la mañana, a excepción de los tables —éstos pagan por tener más tiempo.
(Podría decirse que hasta antes de llegar a Guadalajara yo era un inocente ranchero. Las mujeres de los tables laguneros no pasan de quitarse la ropa y bailar un poco, pero acá los shows son mucho más fuertes, desde sexo lésbico hasta suertes con botellas. Lo que me parece extraño es el comportamiento del tapatío en un table. Lo toman como si fuera algo serio, nadie hace alharaca y nadie parece divertirse sino hasta que el alcohol comienza a actuar.)
El verano lagunero dura de seis a ocho meses. No es un calor pegajoso como el de Monterrey sino uno que te aplasta contra el suelo, un calor seco que chupa la sangre hasta que se toma una cerveza helada. Existen diferentes maneras en que el lagunero combate el calor; la primera es sentarse bajo un árbol y procurar moverse lo menos posible, como el calor es seco, a los pocos minutos el sudor desparece. Otra es entrar a donde sea que haya aire acondicionado: generalmente son las cantinas, los cafés o la Soriana. Desde que llegaron los malls cada vez más gente se encierra durante las peores horas a ver escaparates, porque el lagunero no compra hasta que está en oferta.
El clima no es un tema superficial, pues transforma y moldea a las personas. Cuando los chilangos están a 28 grados se quejan: “Hace un chingo de calor”. Cualquier norteño se ríe ante esa afirmación, pero siempre creemos que una lluvia jode el día por completo. El lagunero constantemente huye del sol, excepto cuando va a la playa. También aprende a caminar lento, lento porque si no el calor se mete por los poros y adonde quiera que vaya terminará empapado. Puede distinguirse a un visitante en Torreón por cómo camina bajo el sol: si va muy rápido, seguro es chilango.
La historia de la región se remonta a la fundación de Parras en el siglo XVII por españoles e indígenas tlaxcaltecas, que tuvieron que aliarse frente a la amenaza de los indios nómadas nativos. Se esforzaron y trabajaron juntos por el bien común, y es incorrecto pensar que fueron los extranjeros que arribaron a la región a finales del siglo XIX los que impusieron ese amor por el trabajo. Aunque no se puede negar que la llegada de éstos y del ferrocarril fueron decisivos en el impulso al rancho que pronto se convertiría en ciudad. Torreón es una ciudad de inmigrantes, por eso, como “Nos sabemos inmigrantes en una tierra de inmigrantes, [...] de ahí nuestra calidez y apertura con los que recién llegan”(Corona). Es común que los recién llegados se sientan bien recibidos y deseen quedarse. Por eso extraño la facilidad de hacer amistades.
¿Por qué vivo en otra ciudad si quiero tanto a Torreón? Muy sencillo: por el trabajo —hasta en eso me ha influenciado La Laguna. Aunque mi tierra es literaturizable, la literatura no da dinero en Torreón. Aquí, a pesar de todo, he ganado más de lo que había logrado en toda mi vida laboral en mi tierra. Pero mi vida literaria se encuentra en Torreón, desde la escritura hasta los amigos.
Hay varios escritores pero son pocos los que sobresalen. Y Jaime Muñoz Vargas es el mejor de todos. Es autor de varios libros, como El principio del terror y Juegos de amor y malquerencia, sendas obras que le han acarreado premios. Su prosa es elegante pero popular, dura como un boxeador pero certera como el pitcher que acierta los tres strikes seguidos. Sus libros son un testimonio de la cultura lagunera y serán reconocidos como parte de la historia literaria nacional. Otro autor conocido es Francisco Amparán, en quien no gastaré palabras. Gilberto Prado Galán es quizá el mejor ensayista lagunero. Radicado ahora en la Ciudad de México, ha explorado minuciosamente desde la obra de Borges hasta la literatura norteña. La influencia de Saúl Rosales Carrillo ha sido principalmente la de un maestro. Su congruencia literaria marcada por lo sociopolítico y la miseria en que vivimos los mexicanos lo colocan como un escritor realista de altos vuelos. Miguel Báez Durán es un escritor joven incisivo e irónico de quien se esperan publicaciones aparte de lo que ha escrito para diferentes revistas y libros colectivos.
Hace años tuve el honor de conocer a una de las leyendas torreonenses: el papá de nuestro editor (¡publícame, publícame, por favor!), don Rogelio Villarreal Huerta, quien pasó gran parte de su vida haciendo libros en esta tierra árida en todos los sentidos, incluyendo el literario. Publicó a muchos autores menores y mediocres, pero nunca tuvo problemas con darle oportunidad a quienquiera que quisiera dedicarse a la literatura.
Hasta aquí la literatura y Torreón. Quedan muchos asuntos por tocar: la pasión por el Santos y el futbol, las tolvaneras, la música cardenche, pero baste recordar que los laguneros somos chauvinistas y con una enorme estima propia. Ese orgullo procede de nuestro propio esfuerzo, el de los habitantes de una ciudad que se ha hecho a sí misma sin gozar de los beneficios de la capital del país y del estado. Quien consigue algo por sí mismo, sin ayudas o palancas, puede sentir lo mismo, es naturaleza humana.
Quizá lo mejor sea definir a Torreón con unos versos que, según nuestro editor, su papá compuso hace medio siglo:
Cerros blancos y pelones
Tajos llenos de cagada
Una bola de cabrones
Y un calor de la chingada.
Comentarios
Saludos, Daniel. Soy el "Monroe", tu vecino en esta maldita tierra polvorienta.
Aca en Monclova Coahuila(mi rancho ciudad)Tenemos un variación del descriptivo versito ( y de autoría apócrifa), mas o menos así:
"Así es Monclova:
Unos cerros bien pelones,
unas cheves bien heladas,
una bola de huevones,
y un calor de la chingada"
Se parecen, no?
Saludos!
Las calles lucen cada vez más llenas de edificios y hoteles que nunca llegan a su maxima capacidad. Pero eso no nos priva de la tierra y de las tolvaneras.
un grato saludo de un nómada lagunero¡
Hay cosas que nunca cambian.
Para que un apodo tenga éxito debe ser corto, conciso y divertido.
Tú, como siempre, eres la excepción.
Mira que ser llamado el "Superestúpido" desde tiempos precámbircos y que aún se te recuerde así, requiere de una gran concordancia entre tu escritura y tu alias.
Y lo peor es que no mejoras ni tantito.
Saludos mi "super".
Sigue leyéndome, gordito, pronto habrá más textos que podrás disfrutar mientras sueñas conmigo.